LLAVANERES
SANZ MARTÍNEZ, ARNAU
Piscina, calor, frontón, comer, broncas, peleas? los veranos eternos que parecían no acabar, y que, de repente, un día, sin avisar, desaparecen.El paso de niño a adolescente, los primeros pelos, las primeras novias. El mar, los abuelos, el salitre, el primo. Veranos en la piscina que acaban de repente.
Arnau Sanz, sin hacer mucho ruido, ha ido acumulando ya una producción nada desdeñable en los últimos años. A sus fantásticos fanzines Tito, por ejemplo suma el 50% de uno de los tebeos grapados de Apa Apa, Nacatamal y una novela gráfica larga, Albert contra Albert. Su nueva obra es Llavaneres, de nuevo con De Ponent, y hasta cierto punto sigue la línea de la anterior al practicar cierto tipo de memoria personal difusa, vaga, que no está tan interesada en contar una verdad objetiva, unos hechos, como en recrear sensaciones y hablar de cuestiones íntimas. Éste es el motivo de que su estilo de dibujo, igualmente indefinido, funcione tan bien. Con su manera tan suelta de dibujar se refuerza la idea de que lo que vemos no es tanto una fotografía del pasado como una construcción mental. Los rostros de sus monigotes son conscientemente imprecisos y los escenarios son en muchos casos simples masas de color, un color de lápices de colores vivos y planos, que recrean un mundo infantil pero también icónico y simbólico.
«No sé cuánto hay de realidad y cuánto de imaginación en este libro», confiesa la voz narradora hacia el final del mismo. De esta forma Sanz reconoce muy inteligentemente que ha entrado en el terreno de la autoficción, que es, en el fondo, la única forma totalmente sincera de afrontar la propia biografía infantil lo hemos visto, hace muy poco, en la soberbia El árabe del futuro de Riad Sattouf. Y más cuando gran parte del relato, centrado en la relación con su primo Nacho, transcurre durante las vacaciones de verano infantiles, que son un terreno bastante inseguro si se trata de contar la verdad. No sólo por el tiempo transcurrido desde entonces, sino porque el verano es casi un estado mental alterado en sí mismo, en el que la cotidianidad se abandona y se descubren muchas cosas nuevas. Los veranos infantiles, y más si se viaja a algún lugar donde pasarlos, suelen estar llenos de «primeras veces» y ritos de paso. Conoces gente nueva, o ves a personas que no ves durante el resto del año, como le sucede a Arnau con Nacho. Esas relaciones son especiales: en cierto sentido, nunca conoces a alguien mejor que en verano. Pero también es cierto decir que en verano no conoces a la gente de verdad. Es el momento de ser otra persona, libre de las rutinas y del conocimiento que los demás tienen sobre ti. Y más allá de eso, los largos hiatos en el tiempo, y más a estas edades, son importantes.
Por eso una de las cuestiones más interesantes de Llavaneres es la sensibilidad con la que está tratada la relación entre ambos primos. De un verano a otro Nacho va cambiando, y Arnau se siente cada vez más lejos de él. No entiende qué pasa porque, por supuesto, él cree ser la misma persona. Los silencios y las renuncias son aquí cruciales, aunque el relato nunca cae en la amargura ni en la cursilería, precisamente porque cuando no se sabe qué decir, se opta por no decir nada. La voz narradora bascula entre la reflexión desde el presente y la retrospección más descriptiva, pero nunca cae en reflexiones ampulosas o discursos manidos. Hay mucho más que adivinar entre líneas en este cómic de lo que se dice explícitamente.
- Gerardo Vilches