SIGNATURA 400
DIVRY, SOPHIE
Signatura 400?, de la autora francesa Sophie Divry, es la historia de una bibliotecaria de provincias, cuyo nombre no es citado en ningún momento, ni falta que hace, porque ella somos todos los que nos gustan los libros, los que trabajamos con libros, los que siempre nos estamos leyendo un libro.
Nuestra bibliotecaria de provincias francesa un día se encuentra a un usuario que ha pasado la noche en su sótano, que se quedó encerrado tras cerrar la biblioteca la noche anterior, al que encuentra dormido, con el que inicia un diálogo monólogo en realidad, porque no ha sido transcrita una sola palabra del durmiente que nos sirve para saber más de la vida de esta señora. Nuestra heroína, porque lo es. Detesta los móviles, los mp3 y demás. Tiene a Dewey - el creador de la CDU, Clasificación Decimal Universal, como su Dios particular. Trajo orden a las bibliotecas y ella adora el orden. Clasificar, colocar y no molestar. Eso es lo que ella hace. Odia a los arquitectos que construyen sótanos, pues en un sótano ella trabaja, ella obrera cualificada, al frente de la sección de Geografía y Urbanismo, olvidada por todos, completamente invisible.
Secretamente enamorada de un joven usuario de la biblioteca, que trabaja en una especie de tesis sobre les Jacqueries de Poitou, a nuestra amiga le mueven dos ideas. Una acabar con la democratización cultural. Publicaciones a porrillo sobre temas de actualidad que a los 6 meses ya nadie recuerda y se venden al peso. Que la cultura sea un placer. Le sale la bilis cuando dice que la cultura no es ningún placer, sino esfuerzo y grande por dejar de ser primates subcivilizados. No le agrada entrar a la biblioteca y ver a jóvenes en la sección de cómics y DVDs por todas partes. ¿Deuvedés? ¿Es que ya nadie lee? Mientras nadie tiene ni idea del mundo que le rodea. Ha sido muy gracioso leer este pasaje donde la autora mezcla indignación con cierto humor de fondo, con frases lapidarias como la anterior o como cuando dice que los snobs de sus compañeros de oficio prefieren gastarse los fondos para libros en novelas de moda mal traducidas antes que las obras completas de Maupassant. Nuestra amiga, aparte de razón, tiene algo de mala leche.
Ni siquiera tiene nombre. Y es que nadie habla con ella, como no sea para pedir libros en préstamo. Su consuelo: las buenas lecturas (siempre de autores muertos) y estar rodeada de seres incluso más tristes que ella. Se pasa los días ordenando, clasificando, poniendo signaturas. No pensaba ser bibliotecaria, pero abandonó las oposiciones por un hombre. Ahora el amor le parece una pérdida de tiempo, un trastorno infantil. Claro que el deseo es muy traicionero, y ella guarda unos pendientes en el cajón. Preferiría la sección de historia a la de geografía, allí en el sótano de una biblioteca de provincias, donde lleva la mitad de la vida, donde ya empieza a ser vieja, pero el anonimato al menos le concede pequeñas venganzas. De las que quizás solo ella se percata. Porque, además, en el orden de la biblioteca se cifran las jerarquías de la vida: la de los ricos y los pobres, los privilegiados y los subalternos, los que tienen un amor y los que no. Pero cuando no hay nadie, cuando la biblioteca está cerrada, incluso puede ? y sabe- darle voz a su neurosis, a sus angustias, al vértigo del saber libresco. Y entonces descubrimos que los neuróticos pueden ser buenos narradores, cosa no tan evidente. Cosa que tal vez logran, sobre todo, los buenos fingidores, los escritores que dan vida a los buenos personajes.
Sólo le queda, pues, la literatura. Para elevarse, dice ella. Los libros, los buenos libros. Y quizá, también, los buenos lectores, que van a la biblioteca en busca de algo más que calefacción o aire acondicionado, y que dan vida a las grandes historias, como el breve monólogo de esta mujer insignificante, que relata su desencanto con acritud y humor. ¿O es un diálogo? ¿O acaso la pregunta tiene sentido?
Un texto precioso que, desde luego, reclama todas las lecturas del mundo. La primera novela publicada de Sophie Divry, que tiene treinta años, vive en Lyon y ojalá escriba y publique mucho más.