UN AÑO DE BASURA
RICHARD MOSZCHA
Aunque no los veamos, nuestros desechos cotidianos (sólidos, líquidos y gaseosos) siempre pasan a ocupar algún sitio.
Todo cuerpo ocupa un lugar en el espacio, frase recordatorio de una parte del famoso teorema y ley de la conservación de la materia, de Antoine Lavoiser. Conceptos que giran entre nosotros desde el siglo XVIII y que no por ser aprendidos en la escuela secundaria, tienen hoy menos importancia. Sobre todo si se buscan significados no directamente relacionados con la física ni la lógica.
Aunque no los veamos, nuestros desechos cotidianos (sólidos, líquidos y gaseosos) siempre pasan a ocupar algún sitio. Son el rastro, la memoria (se dice que olvidar las cosas malas también es tener buena memoria) de todos nuestros días. Desde un punto de vista arqueológico, el hallazgo de un basurero público puede ser considerado un verdadero tesoro, por la información que ahí se puede tener sobre determinada cultura (quizá desaparecida).
Una arqueología, aunque más bien de tipo emocional, es la que nos presenta el artista y fotógrafo canadiense Richard Moszka. Su libro recién publicado lleva como título precisamente: Un año de basura (Editorial Diamantina, colección Espías, Ciudad de México, 2006). Se compone de una serie de 155 fotografías que el autor hizo de su bote de basura cada que llegaba al tope, justo antes de vaciarlo. El total de las fotografías representa el combustible que el autor consumió durante el año de 1999, que tuvo un significado especial para él por la pérdida de una persona a la que amaba.
Moszka no pretende criticar a la sociedad consumista con este trabajo, sino hacer un diario registro de ese período a través de los restos de la comida, empaques y papeles que pasaron por sus manos. El autor compara al basurero con un cementerio donde enterramos lo que ya no nos sirve más. Ciertamente lo que pretendemos al desechar algo, sea material o moral, es destinarlo al olvido, a un último y definitivo lugar; lo más lejano posible, bajo tierra de preferencia. Sin embargo, aunque queramos ignorarlos, todos nuestros desechos seguirán inevitablemente en alguna parte, incluso después de que hayamos muerto.
Lorenzo Rocha