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PERCIVAL EVERETT
Este libro es, sin duda, un libro para gente que le gusta leer. Y pensar. Gente que le gusta pensar mientras lee. Pero no reflexionar sesudamente, frunciendo el entrecejo, no, gente que le gusta pensar mientras lee e incluso le gusta reírse. Es un libro profundo, con profundidad, pero ligero, seguro que incluso flota si lo tiras al agua. Es un libro que son muchos libros. Es uno de esos libros que toca ralentizar su lectura porque si no te lo acabas demasiado rápido. Es, como bien apuntan sus editores, un bonito juego de matriuskas. Es un lujo de edición (lo habitual en BlackieBooks). Es un libro que solo puede escribir un maestro. Es una barbaridad.
Percival Everett
A veces la gracia consiste en no saber, en dejarse confundir por elaboraciones mentirosas que, a su manera, consignen lo real. Percival Everett, autor de una veintena de libros inexplicable y milagrosamente inéditos en español hasta ahora, ha escrito una novela narrada por Thelonious «Monk» Ellison; novela, que no autobiografía encubierta, por más que Ellison, al igual que Everett, sea un académico con sentido del humor, aficionado a la pesca con mosca, novelista experimental y negro. Aunque no lo bastante negro. Prueba de ello es que la crítica, siempre tan perspicaz, no encuentra el vínculo entre la reescritura de Los Persas de Esquilo que Monk ha firmado y la auténtica experiencia afroamericana sobre la que se supone debería escribir.
Entretanto, la escritora Juanita Mae Jenkins se hace millonaria con una novelita (inspirada por los dos días que pasó con unos familiares pobres) tan realista como el estereotipo de la miseria y la negritud del que Monk huye con horror, pero que, tras recibir diecisiete cartas rechazando su último manuscrito, acaba satirizando. Claro que la buena (mala) conciencia de la industria editorial a veces no entiende de ironías. No hablemos ya de los lectores, la televisión o la academia, porque en esta (anti)novela, que llamamos así por la dificultad de recrear la incertidumbre y el asombro, no queda títere con cabeza.
Cambie de país, sustituya a los negros por el colectivo de turno y verá que América no queda tan lejos. Sin embargo, las comparaciones son sobre todo inútiles, y X no trata de la raza, el género, la construcción de la identidad y la familia, a la que a veces uno no conoce hasta que la pierde, sino que da cuenta, convertida en su propia metáfora, de lo que un artista puede conseguir a pesar de la cultura en la que se inscribe. Contra ella.